lunes, 25 de agosto de 2008

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Entradas rescatadas de mi tentativa de blog en el Spaces de Windows Live, junio de 2005:

Porco Rosso


El maestro Miyazaki consigue romper con Porco Rosso todos los cánones sobre el anime y las películas de ficción. Ambientada en una entreguerra de fantasía, la acción discurre en el mediterráneo, donde construye una fábula en la que se nos hace soñar con la figura del piloto de hidroavión, el único personaje equidistante entre el cielo y el mar, mercenario sin batalla que nos divierte con sus azañas, fruto de su propio aburrimiento. Cargada de imaginación y ternura, la perfecta ambientación de Porco Rosso nos hace dudar si realmente existieron esos lugares del adriático, ese ambiente de fiesta y de piratas aéreos de pacotilla... una obra magna digna de ver.

Nauru y Tuvalu


Nauru es un pequeño estado en la Polinesia con unos 10.000 habitantes. Consta de una única isla de formación coralina, cuya meseta central tiene una altura de unos 60 metros y está formada por la acumulación de caquita de pájaros. Al parecer, esta montaña de mierda en medio del Pacífico sufrió un periodo de sobreexplotación de su meseta constituyente, ya que la combinación del guano con el coral resulta ser un buen fertilizante, convirtiéndola en lo más parecido a un paisaje lunar. El gobierno de la isla intenta compensar esta decadencia ecológica y paisajística fomentando la pesca y convirtiendo al estado-hez en un paraíso fiscal.

Tuvalu es otro mini-estado de la Polinesia formado por una serie de arrecifes, con una población de 12.000 habitantes, cuya mayor elevación no supera los 5 metros. Se teme que sea el primer país del mundo en desaparecer con la subida de los océanos, pero mientras tanto sustentan su economía en la pesca, la emisión de sellos totalmente inútiles para aficionados a la filatelia y el arrendamiento de su sufijo de internet ".tv" a una empresa estadounidense.

lunes, 18 de agosto de 2008

Acerca de nosotros

En mi anterior entrada acerca de la realidad, exponía que el hombre la "percibe" a través de simplificaciones sensoriales y conceptuales, exclusivamente humanas, con las que tiende a "humanimizarlo" todo, sin reparar en que la realidad (ahora, antes, y después de nosotros) es independiente de nuestras arbitrarias definiciones. Pero entonces, ¿qué se puede decir acerca de nosotros mismos? ¿somos tan falsos o arbitrarios como nuestros conceptos?

La limitación de nuestros sentidos, la necesidad evolutiva de organizar nuestras percepciones para reaccionar eficazmente, etc., nos ha llevado a conceptualizar. Pero al no ser conscientes de esa visión sintética (como en el ejemplo de nuestra visión en color), olvidamos que somos nosotros los que nos inventamos y desarrollamos tales separaciones y definiciones, y les atribuimos valor de realidad autónoma y auténtica. Pues bien, siguiendo esa misma línea, podemos comprender que, partiendo de las sensaciones sensoriales, que necesariamente dividen el mundo en "observados" y "observador" por geometría, y de ese mecanismo de selectiva recurrencia sensorial y colección de inercias al que llamamos memoria, es inevitable que construyamos un ego. Así tenemos un nombre, una historia (aunque sólo recordemos una ínfima parte de ella), un estilo, muchas presuntas relaciones con muchos presuntos "otros" (objetos, personas, comunidades, ideas...), y un largo etcétera. Sin embargo, ¿qué hay de necesario (o inapelable) en todo esto?

El hecho de que nuestros sentidos funcionen de un modo muy puntual o "subjetivo" es algo a lo que, una vez advertido, no debe dársele mayor importancia. Sería triste que un vigilante de seguridad terminase en crisis de identidad por haber estado horas mirando a los monitores de las cámaras, confuso por experimentar tantos puntos de vista, o que tras escuchar con auriculares una grabación de un concierto no sepamos dónde estamos. La perspectiva asociada a la vista y al oído es simplemente eso, perspectiva geométrica. Sin embargo, ésta alimenta incansablemente una falsa dualidad que está profundamente enraizada en nuestra psique y en nuestra cultura occidental: Nuestro lenguaje es dicotomista en su gramática, separando el sujeto que hace algo del objeto que sufre la acción y de la acción en sí; esta misma tendencia continúa a través de nuestros legados culturales y religiosos, por los que se atribuye al hombre un alma de sustancia divina ("animado"), y se lo coloca en un mundo físico hecho de una sustancia inferior para que lo explote a su antojo ("inanimado")... La memoria refuerza enormemente este fenómeno, ya que alimenta a la consciencia con aún más sensaciones subjetivas, aunque pretéritas.

Curiosamente, lo que justo ahora somos parece fugaz e intangible, pero lo que fuimos sí parece fijo y definitvo; así resulta que estamos más identificados con lo que ya no existe que con lo que realmente es (ahora). Y es cierto que existen puntos de vista subjetivos, capaces de experimentar (consciencias), y que el resto de las cosas (piedras, plantas, ordenadores, personas vivas pero profundamente dormidas...) no gozan de esa capacidad. Pero ¿justifica eso que tales puntos de vista sean tan dualistamente engreídos como para considerarse separados o esencialmente diferentes del resto del universo? ¿No podrían mejor considerarse como pequeñas regiones temporalmente conscientes de este gran cosmos, como una peca es una mancha oscura en la piel, sin dejar de ser piel?

Lo cierto es que mantener cualquier planteamiento distinto a éste (el único acorde con la realidad) resulta ser un error, y como todo error que se precie, se cobra cara su factura. Desde el momento en que la persona se define por separación de su matriz, por una delimitación arbitraria (basada en una falseada selección de recuerdos de instantes que ya no existen), surge el gran demonio: la necesidad. La persona siente constantemente que necesita una infinidad interminable de necesidades, inclusive la necesidad de necesitar. Todas están relacionadas con el error de base, el de la falsa identificación con nuestro punto geométrico de vista y con nuestros recuerdos, aunque lo normal es llevar este error mucho más lejos, al meter en el saco de la identidad diversas ideologías, pedazos de distintas religiones (muchas veces contradictorios entre sí, como creerse católico y también creer en vidas pasadas o en la inevitabilidad del destino), manías, mentiras históricas de tinte nacionalista, odios más o menos atroces hacia otras identidades y un sinfín de imbecilidades que hacen de tal saco lo más parecido al típico bolso de las mujeres (caos que ellas mismas suelen reconocer, así como reconocen lo innecesario del 90% del contenido). Enumerar las necesidades sería cansino e innecesario (...), pero baste decir que, mirando al cielo en una noche estrellada (suponiendo que aproximadamente comprendemos la escena, y no estamos pensando que es una tela negra con puntitos blancos, dispuesta así por un tal Dios) se vuelve algo difícil mantener vigentes tantas necesidades... Pero será que la necesidad de necesitar nos impide que hagamos esta sencilla pero sobrecogedora práctica a menudo, y si la hacemos, consigue que la olvidemos de inmediato o que no afecte lo más mínimo a nuestro planteamiento vital o cotidiano.

Después de todo lo dicho, entonces, ¿qué somos? —Pues no somos el contenido del "saco de identidad", sino lo que arrea penosamente con el saco; no somos nuestros recuerdos, sino lo que los recuerda; no somos ninguna de las emociones que puedan sentirse (ni el miedo, ni la curiosidad, ni la alegría...), sino lo que las siente; no somos (y esta puntilla parece mucho más obvia, pero es idéntica a las anteriores) lo que vemos, sino lo que mira... Es tan simple de entender, que por nuestra inaudita inercia hacia la complejidad artificial resulta casi imposible hacerlo (me refiero hacerlo siempre, no sólo entenderlo durante el momento justo de estar leyendo esto). Y, finalmente, ¿qué es ese "lo" que arrea, "lo" que recuerda, siente o mira? —Un instante.

El cerebro es una máquina de abstracción jerárquica. Partiendo de impulsos sensoriales, pequeños grupos de neuronas realizan reconocimientos de patrones básicos (líneas, intervalos musicales, olores, colores, etc.) y, progresivamente, más y más neuronas reconocen patrones sobre patrones, subiendo cada vez en el nivel de abstracción hasta extremos increíblemente sutiles, como cuando reconocemos por un gesto en falso de alguien que "está aparentando". Esta capacidad de abstraer es troncal a lo que somos. Ser consciencia como sólo un enigmático fenómeno de reflexión no es todo el percal, también hay que contar con este mecanismo de representación abstracta, con el que se termina formando una especie de relación "pizarra–lenguaje". Todo esto nos deja en una curiosa situación, y es que este mecanismo de conceptualización que tantos herrores comete resulta ser imprescindible. Simplemente es lo máximo que ha conseguido el Universo para experimentarse y comprenderse a sí mismo, al menos por estos lares.